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viernes, 26 de octubre de 2012

Abd al-Rahman II. Administración y reformas del emirato


Administración y reformas del emirato

Sin duda alguna, fue Abd al-Rahman II el emir que introdujo más innovaciones y reformas administrativas, todas ellas con el propósito de reforzar todavía más el supremo poder de la figura del emir; además, contribuyó enormemente a mejorar la gestión de un reino cada vez más poderoso y complejo, hasta tal punto que cuando Abd al-Rahman III asumió el trono, en el año 912, el futuro califa cordobés se limitó a limar algunas imperfecciones de la maquinaria de Estado que heredó.
Abd al-Rahman II tomó como modelo la organización del califato abassí, muy jerarquizada y centralizada, e hizo de la figura del emir el eje central de todo el sistema administrativo, judicial, militar y religioso. Ninguna decisión podía ser tomada sin su previo consentimiento. El poder real se tradujo, al igual que en Bagdad, por la institución de los monopolios del Estado: acuñación de moneda en su nombre, mantenimiento de los talleres de telas preciosas, etc.
También fue suya la iniciativa de organizar lo que se dio en llamar la "jerarquía de las magistraturas de gobierno" (maratib al-jutat), y de fijar con exactitud el puesto que cada una de las clases sociales debía ocupar en el protocolo oficial de la corte, imprimiendo al emirato una dignidad y majestad no conocida en Córdoba hasta la fecha.
Dividió en dos grupos a los funcionarios del Estado: los adscritos a la cancillería (secretarios y visires) y a la dirección general del fisco (intendentes y tenedores de los libros). Por encima de todos ellos, colocó a una especie de primer ministro (hachib), encargado de dirigir personalmente los diferentes consejos o secretarías (diwan). Todo el funcionariado al completo vivía en el palacio real con objeto de rendir cuentas en persona al emir cuando éste reclamase su presencia.
En relación al gobierno diario de la capital, la cual no había dejado de crecer, Abd al-Rahman II creó nuevos cargos, cada uno con una retribución determinada y encargados de tareas tan dispares como el mantenimiento del cuerpo de policía, la fijación de patrones y pesos, el servicio de limpieza, etc., los cuales anteriormente eran responsabilidad de un solo hombre, el prefecto de mercado (sahib al-suq).
Como es lógico, el ejército también fue objeto constante de las preocupaciones de Abd al-Rahman II. Incrementó considerablemente la guardia personal del emir (llegó a tener cinco mil hombres, entre caballería e infantería), formada básicamente de mamelucos y eslavos procedentes del centro y norte de Europa. También reforzó los cuadros del ejército regular, estableciendo una clara división entre los mercenarios pagados a sueldo (murtaziqa) y los reclutados en los distritos militares del reino (chund). Por último, como consecuencia del desembarco normando del año 844, la marina de guerra fue dotada de un buen número de nuevas unidades.
Abd al-Rahman II no fue sólo un hábil organizador, sino también un gran constructor, tanto de construcciones civiles como religiosas. Bajo su mandato se edificaron la ciudad de Murcia, la alcazaba de Mérida y las murallas de Sevilla. En Córdoba, hizo reconstruir la calzada de la orilla derecha del Guadalquivir y acometió profundas modificaciones en el alcázar. Fue el primero en llevar agua corriente a la capital mediante la construcción de varias fuentes públicas. En Sevilla ordenó construir la Mezquita Mayor. En cuanto a la Mezquita Aljama de Córdoba, Abd al-Rahman II mandó ampliarla dos veces a lo largo de su reinado: la primera en el año 833, a lo ancho, y posteriormente en el año 848, en cuanto a profundidad.
Abd al-Rahman II también tomó de los abasíes su modo de vida palaciego, repleto de riquezas, lujos y ostentación, que se pudo costear gracias a la riqueza de su tesoro privado. Su corte contó con una impresionante cantidad de poetas, alfaquíes, literatos, músicos, intelectuales de todo tipo y seguidores, de entre los que cabe destacar a Yahya Ibn Yahya, jurista y defensor de la doctrina ortodoxa malikí, al músico y poeta sirio Ziryab, que se convirtió en el árbitro indiscutible de las elegancias y promotor de todas las modas importadas de Oriente que prevalecieron desde entonces.