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viernes, 19 de julio de 2013

al-Hakam II

   Si su padre, Abd al-Rahman III no hubiera poseído una personalidad tan arrolladora, el príncipe al-Hakam, de gran cultura, aficionado a las letras y las artes, unido por siempre a la mezquita mayor de Córdoba, que amplió y embelleció, hubiera conseguido hacer su nombre imperecedero para la posteridad. Bajo su reinado la capital de al-Andalus alcanzó su máximo esplendor, y desde luego, no fue indigno de su insigne progenitor en el aspecto político. Su reinado fue, tal vez, el más pacífico y fecundo de la dinastía hispano-omeya, aunque resultó corto, quince años, especialmente si lo comparamos con el de su padre. El segundo califa cordobés tuvo tiempo, más que de sobra, para irse familiarizándose con las bondades y los peligros de poder. Designado muy joven como heredero, tiene casi 50 cuando accede al trono con el título honorífico de al-Mustansir bi-allah, " el que busca la ayuda victoriosa de Alá ".
   Al-Hakam II seguirá las directrices fijadas por su padre, aunque carece de su energía y de su carácter autoritario. En un Estado en el que el menor síntoma de debilidad podía desembocar en la relajación, cuando no en sublevación, el soberano, en varias ocasiones tendrá que enviar circulares tajantes a aquellos gobernantes que hacían dejación de sus funciones.
   El nuevo califa no era muy afortunado, que digamos, en el aspecto físico: tenía el pelo rubio rojizo, con grandes ojos negros, nariz aguileña, piernas cortas y fornido cuerpo. Sus antebrazos eran demasiado largos y tenía un prognatismo bien visible. Su salud siempre fue delicada y a finales del año 974, padeció un ataque de hemiplejía que le tuvo apartado de toda actividad durante dos meses. Esta misma enfermedad iba acabar con él apenas dos años después. Siempre fue muy piadoso y ante la cercanía de la muerte, se dedicó a las obras de caridad, liberando esclavos, haciendo escuelas para niños pobres, rebajando las contribuciones... y dando pruebas de una devoción ejemplar, pero que ya practicaba antes de caer enfermo. Algunos dicen que intentó prohibir el consumo de vino, es más, pensaba hacer arrancar todos los viñedos de al-Andalus, pero desistió de tan arriesgado proyecto, ya que sus súbditos podían emborracharse con otro tipo de alcoholes, como el de higos. Su natural bondadoso, con motivo de una grave sequía padecida en el año 964, le hizo repartir cuantiosos vivires entre los más necesitados.
   La paz reinó en esos quince años, aunque se vivió un sobresalto cuando los machus, esta vez daneses paganos, intentaron desembarcar en las costas andalusíes. El duque de Normandía, Ricardo I, se había desembarazado de ellos, empujándolos hacia España, pero aquí, se estaba preparado para repeler sus posibles ataques. La escuadra omeya, bien pertrechada, patrullaba a lo largo de las costas mediterráneas y atlánticas, presta a la defensa de las mismas contra los machus o los fatimíes. Al-Hakam visitó el puerto de Almería para comprobar los trabajos defensivos. Cerca, en el cabo de Gata, piadosos musulmanes se relevaban , día y noche, para vigilar. Los daneses, con 28 navíos, arribaron a la actual Alcacer do Sal y luego invadieron los llano de Lisboa, donde tuvo lugar un sangriento enfrentamiento con las tropas musulmanas. En la desembocadura del río Silves, la flota omeya alcanzó a los barcos machus, destruyendo a muchos de ellos y liberando a los cautivos que habían hecho los daneses. En el año 971, navíos daneses se vieron,, de nuevo, en las costas españolas. Al-Hakam II dio orden de que se reuniese la flota del Mediterráneo con otra anclada en Sevilla y, en esta ocasión, los machus no lograron desembarcar.
   El segundo califa no modificó en nada el ceremonial ni la etiqueta de la corte, en la que, a menudo, se celebraban muchas fiestas, bien en el Alcázar o en la fastuosa Madinat al-Zahra. Las funciones de los esclavos de palacio tampoco sufrieron ningún tipo de variación. Los personajes más importantes dentro de esta corte serán el general Galib ben Abd al-Rahman y Abu-l-Hasan Cha´far ben Uthman al-Mushafí, cuyo padre había sido el preceptor de al-Hakam. Fue nombrado secretario de Estado, con rango de visir. Hasta su muerte gozó de la confianza del califa que apreciaba sus buenas cualidades, entre las que destacaban la honestidad y su cuidado para no gravar el presupuesto califal con gastos inútiles.
   Cuando al-Hakam subió al trono, no tenía hijos lo que era preocupante para el porvenir de la dinastía que, hasta ese momento, siempre había tenido soberanos por línea directa. En el año 962, una de sus concubinas le dio un hijo varón, Abd al-Rahman, que murió a los pocos años. La mismo umm walad, princesa-madre, tres años después concibió otro niño, Abu-l-walid Hisham, que sobrevivió después de mil cuidados. Esta princesa madre, llamada Subh, era una joven cautiva de origen vascón, que, a raíz de estos embarazos, fue la mujer más mimada de palacio. Es la misma que Dozy designó con el nombre de Aurora, y que tendrá un importante papel cuando su hijo Hisham acceda al califato.
   En el año 976, deseoso de asegurar la sucesión de su hijo, que sólo tiene once años, al-Hakam decide que se le preste el juramento de fidelidad y le inviste como heredero, en medio de una ceremonia llena de solemnidad. Ocho meses después moría el califa, cuando contaba con sesenta y un años.
   Durante la paz de su reinado, la agricultura hizo grandes progresos. Se construyeron canales de irrigación  en las vegas de Granada, Murcia, Valencia y Aragón, con lo que se aumentó su fertilidad y sus producciones. Incluso los caballeros musulmanes tenían a gala cultivar, con sus propias manos, sus huertos ; los magistrados y teólogos se dicen que discutían o enseñaban a la sombra de las parra, mientras la gente abandonaba las ciudades para pasar la primavera y el otoño en el campo y disfrutar la naturaleza en las mejores épocas del año.
   Pero, sobre todo, al-Hakam protegió la literatura y el saber. Apasionado del conocimiento y de los libros, aumentó la biblioteca creada por su padre, hasta que alcanzó la fabulosa cifra de seiscientos mil volúmenes. Posiblemente era la mayor de su tiempo y en ella se hallaba todo el saber de la época. No sólo contenía obras árabes, sino también las traducciones de los clásicos griegos: la medicina de Hipócrates y Galeno, la geografía, astronomía y trigonometría de Ptlomeo, la geometría de Euclides, la física de Arquímedes, la crítica de Aristarco, y la metafísica de Apolonio, Empédocles y Aristóletes, este último, en especial, era muy leído. todas estas versiones árabes fueron luego traducidas al latín en la famosa Escuela de Traductores de Toledo, protegida por un monarca, esta vez , cristiano, Alfonso X el Sabio. En ella trabajaron musulmanes, cristianos y judíos. Estas adaptaciones latinas permitieron que fuesen conocidas en Europa y que sirvieron de base para la filosofía medieval y la escolástica.
    Las mujeres formaban parte de este renacimiento cultural, pues las musulmanas no estaban apartadas de la enseñanza, pero con al-Hakam fueron especialmente apreciadas. El palacio califal era como un plantel donde florecían el talento de muchas autoras. Una tal Radiya, poetisa e historiadora, cuando estuvo en Oriente, causó sensación entre los eruditos.
   Laban, versada en gramática, poesía y aritmética, entre otros saberes, era la secretaria privada del califa. Sólo ella manejaba la correspondencia confidencial del monarca. Maryam enseñaba literatura a las hijas de las familias más importantes de Sevilla y de su escuela salieron jóvenes que hicieron las delicias de nobles y grandes señores con sus poesías y su conversación intelectual. En aquella época, era habitual que en las reuniones se recitasen a los invitados pequeños poemas, o ellos mismo fueran animados a hacerlo, de la forma más natural. Era un signo de educación y de distinción, pues la poesía estaba muy enraizada en el alma árabe, y ya hemos visto que muchos emires y el propio al-Hakam fueron buenos versificadores.
   Se dice que cuando murió el califa, su único hijo, Hisham bajó a la tumba para rezar y que no pudo contener las lágrimas. Si hubiera conocido cuál iba a ser su destino, seguramente, esas lágrimas habrían sido, incluso, más abundantes.

Libro al-Andalus de Concha Masiá.