Seguidores

viernes, 16 de enero de 2015

La poesía en al-Andalus.

Al echar una mirada sobre la larga lista de poetas andaluces cuyos nombres nos han trasmitido los historiadores arábigos, es difícil dominar el sentimiento de tristeza que nos inspira lo caduco de la gloria literaria. Las obras de estos poetas, sobradamente conocidos y que los críticos y literatos contemporáneos exaltaban con extraordinarias alabanzas, que eran el encanto de un pueblo ingenioso y culto, han desaparecido en gran parte. Y son bastante numerosas las que se han salvado de la pérdida general en los Divanes y antologías, pero no llaman la atención de los filólogos orientalistas cuanto deben, para que éstos las descifren. Si bien la poesía de los musulmanes destaca por la ternura del sentimiento y por la riqueza y el brillo de las imágenes empleadas, el valor de su contenido histórico no es menor.
Paralelamente a lo que estaba ocurriendo en el Oriente musulmán de la Edad Media, en España y en Sicilia se cultivaban dos ramas de la literatura árabe.
Limitándonos a la primera, diremos que comenzó con el interés por la poesía en el primer siglo que siguió a la conquista, pero que acerca de ella no hay suficientes datos hasta el siglo XI. Pueden citarse a autores de la talla de Yusuf Ibn Harun er-Ramadi, poeta de Córdoba que murió en esa ciudad en 1013; Abdallah Ibn Abd es-Selam; Alí al-Mayorqui, nacido en las islas Baleares; el califa de Sevilla A1-Motamid, e Ibn-Zaydun, de una importante familia de Córdoba, que ocupó altos cargos civiles y militares, y llegó a ser primer ministro en Sevilla cuando reinaba Al-Motamid, y que ha merecido ser estudiado y traducido por notables orientalistas. En fin, la lista sería larga y pesada si pretendiéramos nombrarlos a todos.
Al hablar de la poesía árabe en España, hay que señalar que ésta siguió durante mucho tiempo los viejos esquemas, y que sólo en el siglo X comenzaron a aparecer nuevas formas estróficas en la poesía andaluza. Primero, la muwashshah, caracterizada por sus estrofas y estribillo y reservada para los temas eróticos y amorosos, ejerció gran influencia en la naciente poesía popular en lengua romance. Luego, el zéjel, forma métrica dialectal, alcanza nivel literario gracias al trovador Ibn Quzrnan (muerto en 1160). También hay que reseñar que los poetas andaluces gozaban de gran fama en Oriente y se situaban a la misma altura literaria que los mejores poetas orientales. Es el caso del mayor poeta andalusí de Córdoba Ibn Zaydun (1003 - 1070), amigo de la princesa Wallada, gran admirador de la belleza, cantor de la naturaleza y del placer, pero en ocasiones también de la melancolía y la desesperación. Así obtuvo Ibn-Zaydun el título de Al-Bothori de Occidente; y así también, cada uno de los tres poetas Ibn-Jani, Yusuf ar-Ramendi e Ibn-Derradsch fue designado con el título de Mutanabbi occidental. El propio Mutanabbi, al oír recitar una poesía andaluza, no pudo por menos que exclamar entusiasmado:
“¡Este pueblo posee en alto grado las facultades poéticas!

 La poesía andalusí.
La poesía era el punto central de toda la vida intelectual de los andaluces. Durante seis siglos, por lo menos, fue cultivada con tal celo y por tan gran multitud de personas que el mero catálogo de los poetas arábigo-hispanos llenaría tomos en folio.
El don de improvisar era frecuentísimo, pues hasta el gañán que iba tras el arado hacía versos sobre cualquier asunto y también los califas y los príncipes más egregios nos han dejado algunas poesías como testimonio de su talento. Cualquier obra, que trata de los reyes grandes de Andalucía recoge también sus dotes poéticas.
Las mujeres en el harén competían con los hombres en sus cantares, pues con sus composiciones poéticas formaban primorosos y variados dibujos que constituían un adorno capital de las columnas y paredes en los palacios; e incluso en las chancillerías ejercía la poesía su papel. Ningún historiador o cronista, por más árido que fuese, dejaba de amenizar las páginas de sus libros con fragmentos poéticos.
También sujetos de la clase más baja se elevaban sólo por su talento poético a las más altas y honrosas posiciones y obtenían el reconocimiento de los príncipes. La poesía daba la señal de los más sangrientos combates y también desarmaba la cólera del vencedor; echaba su peso en la balanza para prestar más fuerza a las negociaciones diplomáticas; y una improvisación feliz rompía a menudo las cadenas del cautivo o salvaba la vida del condenado a muerte. Cuando dos ejércitos enemigos se encontraban, algunos guerreros salían de la línea de batalla e incitaban a la pelea a los contrarios con un par de versos improvisados, a los cuales se solía responder en el mismo metro y con la misma rima. Ejercicios de este orden, pero con un fin más pacífico, y sólo para que cada cual mostrase su habilidad de improvisación, eran muy usuales en la vida cotidiana. Igualmente la correspondencia epistolar entre amigos o entre enamorados se escribía en verso con frecuencia .