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miércoles, 3 de diciembre de 2014

Historias sobre Boabdil.

CAUTIVERIO DE BOABDIL
A principios de 1483, un ejército cristiano al mando del marqués de Cádiz se dirige a conquistar Málaga, en manos del destronado Muley Hacen, pero sufre una gran derrota. El rey granadino Boabdil, aprovechando la posición de debilidad en la que esta derrota sume a los cristianos, decide marchar contra Lucena (Córdoba), que había sido conquistada por Fernando III en 1240.

Gracias a su suegro y alcaide de Loja, Ibrahim Aliatar, Boabdil consigue armar un ejército que sale de Granada con 1.500 jinetes y más de 6.000 infantes. Llegan a Lucena el 20 de abril, pero parte de las tropas nazaríes, dirigidas por el abencerraje Ahmad ibn Sarria, atacan Aguilar, Montilla, La Rambla, Santaella y Montalbán en busca de botín, mientras el grueso ejército al mando de Boabdil intenta tomar la ciudad, defendida por el alcaide Henando de Argote.

Cuando el rey granadino ve que no puede tomar Lucena por la fuerza, y ante la posibilidad de la llegada de tropas en ayuda de la ciudad, decide proponer una capitulación a los lucentinos, que estos aceptan, por lo que levanta el cerco y regresa a Granada.

Durante el camino de vuelta, son atacados por Diego Fernández de Córdoba y el conde de Cabra y otros nobles que habían acudido a la llamada de socorro de la ciudad cordobesa. A mediodía, cuando las tropas granadinas hacen un alto para comer en el campo de Aras, son avisados por medio de sus vigías que están siendo perseguidos. Boabdil manda formar al ejército y se enfrenta a los cristianos, pero es derrotado. En el campo de batalla, junto al río Pontón de Bindera, mueren muchos nobles granadinos.

Cuando Boabdil intenta huir, es detenido por el peón Martín Hurtado en el arroyo Martín Gonzalo, y es llevado junto a otros prisioneros de alta alcurnia a los calabozos del castillo del Moral de Lucena, aunque pasarán varios días hasta que sus captores descubren que se trata del rey de Granada. Los Reyes Católicos deciden enviarlo al castillo de Porcuna, donde permanecerá varios meses hasta su liberación.

Después de diversas entrevistas en la ciudad de Córdoba, los Reyes Católicos y Boabdil llegan a un acuerdo sobre su liberación. Los términos del acuerdo incluyen que el rey nazarí pase a ser vasallo de Castilla, y, por tanto, se avenga al pago de tributo, y el compromiso de combatir a su padre, Muley Hacen, que, aprovechando la situación, se había hecho de nuevo con el trono de Granada. En este pacto jugó un papel determinante la madre de Boabdil, la sultana Aixa, que había negociado previamente con Isabel de Castilla la liberación de su hijo a cambio de que este luchara contra su padre para recuperar Granada.

Aventuras de la Historia.

ÚLTIMAS LÁGRIMAS DEL REY BOABDIL.
"Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre". Con estas palabras, en el hoy llamado Suspiro del Moro, el último lugar camino de las Alpujarras desde el que puede divisarse la colina sobre la que se asienta la Alhambra; Aixa, madre del último rey nazarí, quiso profundizar en la herida de su hijo, que había decidido aceptar un señorío en la sierra en el que poder reconstruir su vida. La última esperanza del rey Chico, al que una profecía había anunciado que todo a su alrededor sería llanto, pérdida y muerte y que nadie sobreviviría a su destino; era su esposa, la hermosa Moraima, que nunca había gozado de la simpatía de Aixa.

"Tú tampoco supiste defenderla, ni fuiste bastante para cambiar ni tu destino ni el mío", contestó Boabdil a su madre, que ya comenzaba a intuir su muerte. Pero la profecía debía cumplirse y, después de haber perdido el reino que marcaría la historia de Andalucía, Boabdil se enfrentó a su destino.

Durante el camino, Aixa se quedó en el viejo castillo de Mondújar junto con dos viejas sirvientas, como de manera excelente relata Magdalena Lasala en su libro Boabdil: Tragedia del último rey de Granada. Tras esta primera despedida, el rey Chico fijó su residencia en Laujar de Andarax con la esperanza de construir una nueva vida feliz para su adorada esposa, abatida por una gran melancolía.

Al-Zagal, tío de Boabdil, llegó a Fez, en el norte de África, pero por su carácter temible se enfrentó con el rey. Condenado a vivir un largo confinamiento en un calabozo, Al-Zagal recibió la oscuridad eterna cuando un verdugo quemó sus ojos. Tras comprar su libertad con todas sus posesiones, se convirtió en un mendigo que contaba viejas historias sobre el reino nazarí, del que afirmaba haber sido rey sin que nadie lo creyera.

La desgracia, que ya se había cebado desde el nacimiento del rey Chico con la última familia de la dinastía nazarí, no cesó en su empeño de que el destino corroborara la profecía. En medio de un inmenso lago de tristeza Moraima quedó encinta, lo que le devolvió parte de la felicidad arrebatada. Fue entonces cuando ambos decidieron abandonar las Alpujarras camino de Fez, con cuyo rey, Boabdil mantenía una fraternal amistad, a pesar del trato que había recibido su tío. Antes de partir, en la primavera de 1493, Moraima cayó enferma. Cuando la hermosa reina se puso de parto, las complicaciones hicieron que tanto ella como la niña que llevaba en el vientre perdieran la vida. El desconsuelo de Boabdil el Chico frente al cuerpo sin vida de su amada dio lugar a un sollozo que algunas noches puede oírse en el paisaje alpujarreño, entre una leve llovizna que acompañó a Moraima en sus últimas horas. Mientras los árboles ven resbalar la lluvia por sus ramas, las lágrimas del rey dan lugar al nacimiento de nuevos olivos.

Boabdil, desconsolado, intentó acabar con su vida. Pero fue inútil. Condenado a la inmensa soledad de ver morir a todos los que le seguían, y tras cruzar el mar en octubre de 1493, Boabdil se instaló en Fez. En 1528, resignado a la vida eterna, pocos días después de su 60 cumpleaños, Boabdil subió a su caballo para defender la ciudad de Fez de las tropas jerifes. En la batalla murieron el sultán y los generales amigos de Boabdil. Desesperado, el rey Chico, el último rey de Granada, arremetió contra sus enemigos y encontró la muerte sobre su corcel, que arrastró su cuerpo por todo el lecho del río hasta llegar al mar.

Fernando Valverde. El País.