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viernes, 31 de enero de 2014

Almohades.

Los almohades (en lengua árabe: الموَحدون, Al-Muwahhidun) «los que reconocen la unidad de Dios», o Banu Abd al-Mumin4 (en árabe: بنو عبد المؤمن') fueron una dinastía marroquí de origen bereber que dominaron el norte de África y el sur de la península ibérica desde 1147 a 1269.
Los almohades surgieron en el actual Marruecos en el siglo XII, como reacción a la relajación religiosa de los almorávides, que se habían hecho dueños del Magreb, pero habían fracasado en su intento de revigorizar los estados musulmanes y tampoco habían ayudado a detener el avance de los estados cristianos en la península ibérica. Muhammad ibn Tumart lideró un movimiento religioso con el apoyo de un grupo de tribus bereberes del Alto Atlas de Marruecos (principalmente masmuda), organizando el derrocamiento de los almorávides, pertenecientes a los sanhaya (zeneguíes), y, posteriormente, Abd al-Mumin y su familia, de los Zenata, tomaron el control y eliminaron a los Ziríes y Hammadíes. Los almohades fueron derrocados por las dinastías bereberes de los Merínidas, los Ziánidas y los Háfsidas del Magreb.

Orígenes
Ibn Tumart, fundador del movimiento, fue proclamado por sus seguidores mahdi («el [imam] guiado»), creencia de raíz ideológica chiita pero también aceptada por el sunnismo, y llamó a todos los musulmanes a retornar a las fuentes primeras de su fe, es decir, el Corán. Siguiendo estos principios, se enfrentaron con los almorávides, que habían impuesto una rígida ortodoxia maliquí, pero que apenas habían transformado las costumbres populares poco acordes con el Corán. Después de dominar el norte de África, enfrentando a la confederación de tribus bereberes de los masmuda con los lamtunas almorávides, desembarcaron desde 1145 en la península ibérica y trataron de unificar las taifas utilizando como elemento de propaganda la resistencia frente a los cristianos y la defensa de la pureza islámica. Por eso su yihad se dirigió por igual contra cristianos y contra musulmanes. En poco más de treinta años, los almohades lograron forjar un poderoso imperio que se extendía desde Santarém en la actual Portugal hasta Trípoli en la actual Libia, incluyendo todo el norte de África y la mitad sur de la península ibérica, y consiguieron parar el avance cristiano cuando derrotaron a las tropas castellanas en 1195 en la batalla de Alarcos.
Apogeo
Abu Abdallah Ibn Tumart había nacido en una tribu bereber, en el noroeste de Marruecos, en un ambiente muy austero donde destacó por su capacidad de estudio. Hacia los 18 años, emprendió un largo viaje de quince años por el mundo árabe que lo llevó a Córdoba, La Meca, Damasco y Bagdad entre otras grandes ciudades. De regreso a su ciudad natal de Sus, emprendió un movimiento de reforma religiosa apoyado en tres grandes pilares, y que sintetiza de manera original un gran número de influencias recibidas en el periodo anterior. Estos tres pilares son:
La necesidad de desarrollar la ciencia y el saber para consolidar la fe
La existencia de Dios, que le parece indudable y se percibe a través de la razón
La absoluta unidad de Alá, radicalmente distinto de cualquiera de sus criaturas. Criticará la costumbre típica del Islam occidental de asociar lo divino con lo terreno, dotando a Alá de atributos antropomórficos. Dios es un ente puro, casi abstracto, sin ningún atributo que lo acerque a nuestra realidad. Esta unicidad absoluta se reflejaba también en su manera de entender la comunidad islámica, que debía estar dirigida por un imam, con carácter de guía y modelo, a quien todos deben obedecer e imitar.
A pesar de los esfuerzos de los gobernantes, la dinastía almohade tuvo problemas desde un principio para dominar todo el territorio de Al-Ándalus, en especial Granada y Levante, donde resistió durante muchos años el famoso Rey Lobo, con apoyo cristiano. Por otro lado, algunas de sus posturas más radicales fueron mal recibidas por la población musulmana de España, ajena a muchas tradiciones bereberes. A principios del siglo XIII había conseguido alcanzar su máxima expansión territorial con la sumisión del actual territorio tunecino y la conquista de las Baleares.
La amenaza cristiana de Al-Ándalus
Poco después, la victoria cristiana en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) marca el comienzo del fin de la dinastía almohade, no sólo por el resultado del encuentro en sí mismo, sino por la subsiguiente muerte del califa al-Nasir y las luchas sucesorias que se produjeron y que hundieron el califato en el caos político.
En 1216-1217, los benimerines se enfrentan a los almohades en Fez. En 1227 Ibn Hud se proclama emir de Murcia, alzándose frente a los almohades. En 1229 se independizan los háfsidas de Túnez. En 1232 Muhámmad I de Granada, conocido como al-Ahmar se proclama emir en Arjona, Jaén, Guadix y Baza. En 1237 es reconocido como emir en Granada. Un ejército formado por fuerzas de las Órdenes Militares y del obispo de Plasencia puso sitio a la ciudad de Trujillo. Muhámmad ibn Hud acudió a la petición de socorro, pero se retiró sin hostigar a los sitiadores. La ciudad fue conquistada el 25 de enero de 1232.8
Decadencia
El principio de la herencia dinástica desagradó a los líderes tribales, a los jeques (sheikhs o šayḫ, شيخ‎). Después de una severa derrota cerca de Túnez en 1187, el emir debió aliarse con Saladino. Los reinos cristianos de la península ibérica (Castilla, Aragón y Navarra y, en menor medida, Portugal y León) se organizan para emprender una nueva ofensiva de Reconquista, en especial, silenciando sus disputas internas e infligiendo a Al-Násir la derrota de Las Navas de Tolosa ( 16 de julio de 1212).
Tras la invasión de Berbería Oriental de los hermanos Ali y Yahia Ben Ghania, descendientes de los almorávides que Abd el Mumin había desposeído después de atravesar Argelia victorioso. Los dos
hermanos habían establecido un principado en el Djerid; Ali fue asesinado, pero su hermano Yahia comenzó la conquista del centro y norte de Ifriqiya. Se las arregló para apoderarse de Mahdía, de Kairuán y de Túnez en 1202, haciendo prisioneros al gobernador almohade y a sus hijos. Ben Ghania saqueó las ciudades, sus jardines y sus animales. Ante esta situación llena de peligros, el califa Al Násir, que reinaba en Marrakech, partió a la reconquista de Ifriqiya. Entró en febrero de 1206, en Túnez, abandonado por el enemigo, y permaneció allí un año para restablecer la autoridad almohade en todo el territorio. Entonces, antes de regresar a Marruecos, le confió el gobierno de la provincia a uno de sus lugartenientes de confianza, Abdel Ouhaid Abou Hafs el Hentati (forma arabizada del nombre bereber Faska u-Mzal Inti).
El nuevo gobierno había sido investido de amplios poderes: reclutó tropas que eran necesarias para la paz y para la guerra, designó funcionarios del Estado, los cadis. Fue un líder inteligente y enérgico. Después de su muerte, su hijo Abu Zakariya lo sucedió en 1228 y un año después de su nombramiento, se declaró independiente del califa de Marrakech, con el pretexto de que había abrazado el sunnismo. Príncipe de una gran dinastía, Abu Zakaria debió de fundar la dinastía háfsida que gobernó el Magreb oriental durante tres siglos.
El final
En el Magreb, las dinastías locales se imponían, como los Hafsíes en Túnez en 1229; los Abdalwadíes en el Magreb central en 1239; o los Merínidas que en 1244 capturaron Mequinez, situada en el oeste del Magreb. En Andalucía, los Nazaríes de Granada crearon un reino independiente que sobrevivió hasta 1492. Al mismo tiempo, la Reconquista progresaba a buen ritmo: Qurṭuba (actual Córdoba), la ciudad símbolo del Islam hispano, cayó en 1236; Balansiya (Valencia), en 1238; Isbiliya (Sevilla), en 1248. Estos retrocesos sucesivos y la desintegración del imperio sonaban a toque de difuntos de la dinastía almohade, que termina con Abû al-`Ula al-Wâthiq Idrîs, después de la toma de Marrakech por los Benimerines en 1269.

miércoles, 29 de enero de 2014

Almoravides.

Se conoce como almorávides (en árabe: المرابطون al-Murābitun, sing. مرابط Murābit — es decir, "el morabito", especie de ermitaño musulmán—) a unos monjes-soldado salidos de grupos nómadas provenientes del Sáhara. La dinastía almorávide abrazó una interpretación rigorista del Islam y unificó bajo su dominio grandes extensiones en el occidente del mundo musulmán con las que formaron un imperio, a caballo entre los siglos XI y XII, que llegó a extenderse principalmente por las actuales Mauritania, Sahara Occidental, Marruecos y la mitad sur de España y Portugal.
El término "Almorávide" viene del árabe "al-Murabitun" (المرابطون), que es la forma plural de "al-Murabit", que significa literalmente "el que se ata" y figurativamente "el que está listo para la batalla en la fortaleza". El término está relacionado con la noción de Ribat, una fortaleza-monasterio fronterizo, a partir de la raíz r-b-t (ربط "Rabat": atar o رابط "Raabat": acampar).



Desembarco en la Península Ibérica
Alfonso VI (1040-1109) toma Toledo el 25 de mayo de 1085, alarmando a los andalusíes que ven peligrar su futuro, lo cual les fuerza a tomar la decisión, no sin grandes reparos, de llamar en auxilio a los curtidos guerreros almorávides, facción que predicaba el cumplimiento ortodoxo del islam, al mando de su jefe Yusuf ibn Tasufin. De carácter austero, se vestía con piel de oveja y se alimentaba frugalmente con dátiles y leche de cabra como los legendarios fundadores del Islam.
El rey de la taifa de Sevilla Al-Mu'tamid le pidió ayuda en estos términos:

Él (Alfonso VI) ha venido pidiéndonos púlpitos, minaretes, mihrabs y mezquitas para levantar en ellas cruces y que sean regidos por sus monjes [...] Dios os ha concedido un reino en premio a vuestra Guerra Santa y a la defensa de Sus derechos, por vuestra labor [...] y ahora contáis con muchos soldados de Dios que, luchando, ganarán en vida el paraíso.
Citado por al-Tud, Banu Abbad, de Ibn al-Jakib, al-Hulal, pág. 29-30

El 30 de julio de 1086 Yusuf desembarca en Al Yazirat Al-Jadra con su ejército y se encuentra con una tierra fértil y próspera; también observa el relajamiento de los preceptos doctrinales del Islam y la gran tolerancia con los judíos y cristianos. Esto le provoca la determinación de apoderarse de esos reinos, alentado por la división entre las distintas taifas.

El periodo almorávide en al-Ándalus
Los almorávides derrotan a Alfonso VI de León en la batalla de Sagrajas en 1086, pero no aprovecharon la victoria puesto que recién obtenida, el emir Yusuf ibn Tasufin vuelve al norte de África debido a que su hijo acababa de morir. Sin embargo los almorávides vuelven a cruzar el estrecho de Gibraltar y a partir de 1090 se fueron apoderando de los reinos de taifas. El verano de ese año Yusuf se dirige a Toledo con objeto de recuperarla pero el rey de León, con la ayuda de un ejército de Aragón, rechazan al ejército almorávide que, cambiando sus planes, conquista en septiembre de 1090 Granada. Una vez conquistada, Yusuf vuelve al Magreb dejando en la Península Ibérica a su primo Sir ibn Abu Bakr con el mandato de reducir el resto de las taifas de al-Ándalus. Antes de acabar ese año, el adalid almorávide toma Tarifa y en la primavera de 1091 ataca la importante Taifa de Sevilla. En verano ya habían sucumbido al poder norteafricano Córdoba y Carmona, y en septiembre, rinden Sevilla. Seguidamente son sometidas las taifas de Jaén, Murcia y Denia, con lo que solo escapaban de los sanhaya las grandes taifas de Badajoz y Zaragoza y la insular de Mallorca.
Mientras tanto, el Cid dominaba el levante, y el 17 de junio de 10947 conquistaba Valencia creando en ella un principado y rechazando por dos veces a los almorávides, la primera cuando acudieron a reconquistarla en otoño de ese mismo año en la batalla de Bairén con la
colaboración de Pedro I de Aragón, y en un segundo intento en 1097 por parte del propio emperador Yusuf ibn Tasufin. De todos modos, un hijo de Yusuf ibn Tasufin, Muhammad ibn Aisa, retoma la plaza de Aledo en 1092, cerca de Murcia, que había constituido una fortaleza cristiana avanzada en tierra musulmana desde 1085 y los almorávides habían intentado recuperar, sin éxito, en 1088. A continuación, Muhammad ibn Aisa ocupa Játiva y Alcira, situándose a escasos treinta y cinco kilómetros de Valencia. En 1093 Sir ibn Abu Bakr ataca a Al-Mutawakkil de Badajoz y conspira contra él, propiciando su caída: tras hacer prisionero al rey pacense y sus hijos, los hace ejecutar cuando se dirigía a Sevilla. Con la Taifa de Badajoz cayó también Lisboa, que el conde Raimundo de Borgoña, esposo de la princesa Urraca, fue incapaz de defender.
Tras la muerte del Cid en 1099 el principado de Valencia pasa a ser gobernado por su esposa viuda Jimena, pero en 1102 Alfonso VI decide que no puede mantenerse la ciudad y la evacúa, abandonándola al poder almorávide, no sin antes incendiarla. Pero en 1106 Yusuf ibn Tasufin debía hallarse débil, pues moría el 2 de septiembre de ese mismo año, sucediéndole su hijo Ali ibn Yusuf.
En 1109 la independencia de Zaragoza estaba seriamente en peligro ante el poder bereber. Esta taifa se había mantenido independiente gracias, en parte, a las buenas relaciones que Al-Musta'in II de Zaragoza mantuvo con el emir Yusuf ibn Tasufin. Así, en 1093 o 1094, el rey de Saraqusta envió a su propio hijo con generosos regalos al emperador almorávide, y en 1103 (año en que también caía la Taifa de Albarracín en poder almorávide), cuando Yusuf buscaba por la Península el reconocimiento de su hijo Ali como heredero al trono, de nuevo fue enviado el hijo del rey zaragozano a Córdoba como embajador de buena voluntad. De ese modo, Zaragoza mantuvo su independencia hasta 1110, año en que finalmente caería bajo el poder almorávide.
A partir de la conquista de Valencia en 1102 comienza la hegemonía almorávide en España. Ali ibn Yusuf ataca en 1108 la fortaleza de Uclés, defendido por un ejército encabezado por Sancho Alfónsez, el heredero de Alfonso VI de Castilla, y dos de sus mejores capitanes: Álvar Fáñez y García Ordóñez. La batalla de Uclés terminó con derrota cristiana y, sobre todo, con la muerte del infante de León. Al año siguiente el emir almorávide intentó aprovechar esta victoria hostigando Talavera con el fin de preparar la conquista de Toledo, bastión que seguirá conteniendo el avance de los sanaya.
Únicamente quedaba en poder de los taifas andalusíes la Taifa de Mallorca, debido a su situación isleña y el poderío de su flota, que saqueaba constantemente las costas de Barcelona. Contra ella fue enviada en 1114 una expedición de cruzada contra las Baleares con la ayuda de la flota de Pisa. Ramón Berenguer III comandó la expedición que se prolongó casi todo el año. Sin embargo el auxilio almorávide llegó al fin y las islas pasaron a formar parte del Imperio almorávide, ante la retirada barcelonesa. El año 1116 sucumbía la última de las taifas de al Ándalus.
Tras culminar la máxima expansión, el Imperio almorávide recibió el influjo de la cultura andalusí, cuyas creaciones artísticas asimilaron. La nueva capital Marraquech, fundación de este movimiento, comenzó a embellecerse con el emirato de Ali recogiendo las formas de la cultura del arte taifa. Del arte almorávide quedan pocos ejemplos (y solo de arquitectura militar en la Península Ibérica), como la Qubbat Barudiyin de Marraquech. También asimilaron la cultura escrita: matemáticos, filósofos y poetas se acogieron a la protección de los gobernadores almorávides. Sus costumbres fueron relajándose, a pesar de que, por regla general, impusieron una observación de los preceptos religiosos del islam mucho más rigurosa que lo que era habitual en los primeros reinos de taifas. Se vetó al místico Al-Gazali, pero hubo excepciones y en la Zaragoza de Ibn Tifilwit el pensador heterodoxo Avempace llegó a ocupar el cargo de visir entre 1115 y 1117. Siguiendo la ley islámica, los almorávides suprimieron los ilegales pagos de parias, no contemplados en el Corán. Unificaron la moneda, generalizando el dinar de oro de 4,20 gr como moneda de referencia, y creando moneda fraccionaria, que escaseaba en al-Ándalus. Estimularon el comercio y reformaron la administración, otorgando amplios poderes a las austeras autoridades religiosas, que promulgaron diversas fatwas, algunas de las cuales perjudicaban gravemente a judíos y, sobre todo, mozárabes, que fueron perseguidos en este periodo y presionados para su conversión al Islam. Se sabe que la importante comunidad hebrea de Lucena tuvo que desembolsar importantes cantidades de dinero para evitar su conversión forzosa.

Otro grupo muy numeroso, los mozárabes de Granada, perdieron sus iglesias y sus obispos. El descontento fue creciendo hasta el punto de que en 1124 llamaron en su auxilio a Alfonso I de Aragón, que acababa de conseguir una importante victoria sobre los almorávides tomando la importante ciudad de Zaragoza en 1118. La comunidad cristiana granadina prometió al Batallador rebelarse contra los gobernadores de la capital y franquearle las puertas de la ciudad para que este la conquistara. Así, Alfonso I de Aragón emprendió una incursión militar por Andalucía que, aunque no le llevó a conquistar Granada, sí puso en evidencia la debilidad militar almorávide para esas fechas, pues les venció en campo abierto en la batalla de Arnisol, saqueó a su placer las fértiles campiñas andaluzas desde Granada hasta Córdoba y Málaga, y rescató a un nutrido contingente de mozárabes para, con ellos, repoblar las recién conquistadas tierras del Valle del Ebro. Esta campaña prolongada por casi un año hasta junio de 1126 mostraba la decadencia del Imperio almorávide. Por esos mismos años, los almohades comenzaban a hostigar a los almorávides en el corazón de África occidental.

martes, 28 de enero de 2014

LOS ‘ABBÂDÍES, REYES DE SEVILLA

‘Abbâdíes (Banû ‘Abbâd, en árabe) es el nombre de una dinastía que reinó durante la mayor parte del siglo XI en la parte sudoeste de al-Ándalus, con Sevilla como capital. Sevilla, que comenzó siendo uno más de los pequeños reinos en que se dividió al-Ándalus con la desintegración del califato omeya de Córdoba, pasó a convertirse en el centro de un intento, consciente o inconsciente, de reunificación.
         El desmembramiento del califato cordobés y la fragmentación política del país en beneficio de los reyes de taifas (mulûk at-tawâif) -época de aventureros y de indudable esplendor cultural a pesar de las divisiones-, fueron aprovechados por el cadi (juez) de Sevilla Abû l-Qâsim Muhammad ibn ‘Abbâd para proclamarse en 1023 como máxima autoridad en la ciudad. Era hijo de un ilustre jurista andaluz, Ismâ‘îl ibn ‘Abbâd. Cuando se arrogó el poder, comenzó por reconocer la soberanía del rey hammûdi Yahyâ ibn ‘Ali  de Málaga, pero pronto desechó esta marca de sujeción, que de todas maneras era meramente nominal. Hay poca información sobre su reino, que estuvo consagrado sobre todo a dirimir diferencias con la dinastía de los ÿahwaríes de Córdoba y otros pequeños señores del sur de Andalucía. Murió el año 1042.
         Su hijo, Abû ‘Amr ‘Abbâd ibn Muhammad, fue, en el curso de su reinado de casi treinta años (1042-1069), quien agrandó considerablemente el territorio del principado de Sevilla, convirtiéndose en el campeón de la causa andaluza contra la influencia de los bereberes cuyo número había aumentado considerablemente en la época de al-Mansûr (Almanzor) y sus descendientes, quienes se habían apoyado en los africanos para sus campañas contra los cristianos y para mantenerse en el poder en Córdoba antes de la disolución del califato.
         Cuando sucedió a su padre, el nuevo rey de Sevilla, que contaba entonces veintiséis años, tomó el título honorífico (láqab) de al-Mu‘tadid billâh, bajo el que es más conocido. Dotado de auténticas cualidades políticas, al-Mu‘tadid se propuso reunificar al-Ándalus. Desde su advenimiento, al-Mu‘tadid continuó la lucha empezada por su padre contra la pequeña dinastía bereber de Carmona. Al mismo tiempo, se preocupó por extender su reino hacia el oeste, entre Sevilla y el océano Atlántico: con este objetivo desafió y atacó a los señores de Mértola y Niebla. Ante los éxitos del rey de Sevilla, los otros mulûk at-tawâif formaron contra él una especie de liga enla que entraron los príncipes de Badajoz, Algeciras, Granada y Málaga. Se inició así una guerra entre la dinastía ‘abbâdí de Sevilla y la dinastía aftasí de Badajoz, que duró varios años a pesar de los intentos de mediación del príncipe ÿahwarí de Córdoba. Manteniendo su hostigamiento sobre las fronteras de Badajoz, al-Mu‘tadid desafió al señor de Huelva, de Saltes, de Silves y de Santa María del Algarbe, y acabó anexionándose sus principados.
         Para justificar sus agresiones, al-Mu‘tadid afirmó estar defendiendo la causa del califa omeya Hishâm II, al que pretendía haber encontrado tras su oscura desaparición años antes. Pretendía restituir a ese seudo-Hishâm el califato cordobés, reunificado y pacificado. Para no atraerse la ira del rey sevillano, la mayor parte los jefes bereberes establecidos en las montañas del sur de Andalucía consintieron esa puesta en escena de un pretendido omeya y prestaron homenaje tanto al rey ‘abbâdí como al emir sacado a la luz por las necesidades de la causa de al-Mu‘tadid, pero al mismo tiempo cuidadosamente secuestrado por él. Pero la aceptación formal del príncipe omeya no bastaba a al-Mu‘tadid, que reunió en su palacio de Sevilla a los jefes bereberes y los hizo morir asfixiados en las termas cuyas oberturas hizo tapar. Así fue como se apropió de Arcos, Morón y Ronda.
         Eso fue bastante para desatar el furor del más poderoso príncipe bereber de al-Ándalus, el zirí Bâdis ibn Habûs, rey de Granada, y que parecía el único capaz de hacer frente a al-Mu‘tadid. Abierta la guerra, la fortuna continuó favoreciendo al sevillano, que conquistó Algeciras a los hammûdíes de Málaga. Intentó apropiarse Córdoba y envió con ese objetivo una expedición confiada a su hijo Ismâ‘îl: éste quiso aprovecharse de la circunstancia para rebelarse y crear en su provecho un reino del que Algeciras sería la capital. Ese proyecto temerario le costó la vida. Y ese fue el comienzo de la carrera política de otro de los hijos de al-Mu‘tadid, Muhammad al-Mu‘tamid, que lo sucedería a su muerte: bajo las órdenes de su padre fue a prestar ayuda a los malagueños contra el rey de Granada, pero Bâdis derrotó al ejército sevillano y al-Mu‘tamid tuvo que refugiarse en Ronda desde la  que solicitó y obtuvo el perdón de su padre. Hacía ya tiempo, el rey de Sevilla había repudiado la fábula del seudo-Hishâm, de la que ya no tenía necesidad: él era el rey más poderoso e incontestable de Andalucía. No tenía más enemigos que los reyezuelos que impedían la reunificación de al-Ándalus, que. si bien eran musulmanes como él, estaban tan alejados de su ideal como los cristianos del norte de la Península.
         Cuando el poderoso soberano de Sevilla murió el año 1069, su hijo Muhammad ibn ‘Abbâd, más conocido bajo el láqab honorífico de al-Mu‘tamid billâh tomó posesión de un reino considerablemente engrandecido y que englobaba la mayor parte del sudoeste de la Península ibérica.
         En el segundo año de su reino, al-Mu‘tamid pudo anexionar a su reino el principado de Córdoba sobre la que habían reinado los ÿahwaríes. Ello supuso un agravio para el rey de Toledo, al-Ma’mûn. Un joven príncipe, hijo de al-Mu‘tamid, fue nombrado gobernador de la antigua capital de los omeyas. Pero, a instigación del rey de Toledo, un aventurero, de nombre Ibn ‘Ukkâsha, pudo, en el 1075, apoderarse por sorpresa de Córdoba, donde dio muerte al príncipe ‘abbâdí y a su general Muhammad ibn Martîn. Al-Ma’mûn tomó posesión de la ciudad, en la que murió seis meses después. A la vez herido en su amor de padre y en su orgullo de soberano, durante tres años al-Mu‘tamid desplegó vanos esfuerzos por recuperar Córdoba. Lo logró en 1078, dando muerte a Ibn ‘Ukkâsha y consiguió que toda la parte del reino de Toledo situada entre el Guadalquivir y el Guadiana pasara a formar parte del reino de Sevilla. Pero hizo falta toda la habilidad de su visir Ibn ‘Ammâr (el Abenamar de las crónicas cristianas) para que una expedición de Alfonso VI de Castilla contra Sevilla acabase pacíficamente mediante la aceptación del pago de un doble tributo.
         Los príncipes cristianos supieron sacar provecho de las luchas sangrantes que dividían a los musulmanes en tâifas -pequeños reinos independientes en continua pugna-, y la ofensiva contra Andalucía avanzó tras el retroceso que le había impuesto el califato omeya y la dictadura de al-Mansûr y sus descendientes (los ‘âmiríes). A mediados del siglo XI, muchas de las pequeñas dinastías que reinaban en al-Ándalus -enfrascadas en rivalidades- se vieron obligadas a a buscar, mediante el pago de pesados tributos, la neutralidad temporal de sus vecinos cristianos, que, paradójicamente, eran la verdadera amenaza para su supervivencia. Los cristianos supieron aprovechar la debilidad política de los musulmanes y sacarle beneficio económico a la vez que progresaban hacia el sur. Poco tiempo antes de la sonada conquista de Toledo por Alfonso VI, en el 1085, al-Mu‘tamid comenzó a debatirse en las peores dificultades. Bajo los consejos imprudentes de su visir Ibn ‘Ammâr, al-Mu‘tamid intentó anexionar a su reino, después de Córdoba, también Murcia donde reinaba Muhammad ibn Ahmad ibnTâhir. En 1078, Ibn ‘Ammâr se presentó ante el conde de Barcelona -Ramón Berenguer II- y le pidió su ayuda para conquistar Murcia mediante el pago de diez mil dinares; a la espera del pago de esta suma, un hijo de al-Mu‘tamid, ar-Rashîd, serviría de rehén. Después de movidas peripecias que acabaron con el pago de una suma tres veces más importante, Ibn ‘Ammâr retomó su proyecto de conquista de Murcia y lo consiguió pronto gracias a la ayuda del señor del castillo de Bilÿ (la actual Vilches), Ibn Rashîq. Pero una vez en Murcia, Ibn ‘Ammâr, de personalidad excéntrica, no tardó en hacerse intolerable para el rey de Sevilla. Tuvo que huir de Murcia, y se refugió sucesivamente en León, Zaragoza y Lérida. De vuelta a Zaragoza, intentó ayudar al príncipe de la ciudad, al-Mûtamin ibn Hûd en su expedición contra Segura, pero finalmente fue hecho prisionero y entregado a al-Mu‘tamid, quien, a pesar de los lazos de amistad que durante mucho tiempo los habían unido, lo mató con sus propias manos.
         Mientras tanto, Alfonso VI ya no ocultaba su intención de conquistar Toledo, que había comenzado a bloquear desde el año 1080. Por desacuerdos en torno al tributo que debía pagar anualmente al-Mu‘tamid, Alfonso VI hizo una incursión contra el reino de Sevilla, destruyó las florecientes aldeas del Aljarafe y avanzó, por el distrito de Sidona hasta Tarifa, donde se glorificó de haber alcanzado el límite de al-Andalus.
         La conquista final de Toledo por Alfonso VI fue un duro golpe para el Islam en Andalucía, ya que abría las puertas para un avance efectivo de los cristianos hacia el sur de la península. El rey de Castilla no tardó en exigir a al-Mu‘tamid la devolución de las posesiones que habían formado parte del reino de Toledo: una parte de las provincias de la actual Ciudad Real y Cuenca. Simultáneamente, aumentaba su presión sobre los demás reinos musulmanes de al-Ándalus. En todas partes, el pueblo andalusí exigía a sus príncipes que demandaran la ayuda del sultán almorávide Yûsuf ibn Tâshfîn que, en una progresión irresistible, se
había ido adueñando del Magreb reunificándolo y fortaleciéndolo. Se decidió enviarle una embajada compuesta por delegados de Sevilla, Badajoz, Córdoba y Granada. Yûsuf ibn Tâshfîn decidió ayudar a los andaluces y atravesó el Estrecho de Gibraltar. Inflingió a los ejércitos cristianos aliados contra él una gran derrota en octubre de 1086 en Zallâqa, no lejos de Badajoz. Requerido en África, Yûsuf volvió a su poderoso reino. Los príncipes andaluces, que seguían envueltos en sus querellas, no supieron sacar provecho a la victoria del almorávide. Su incapacidad aumentó su desprestigio.
         Tras la partida de Yûsuf ibn Tâshfîn, las tropas cristianas comenzaron de nuevo a hostigar las fronteras de al-Ándalus, y los alfaquíes presionaron de nuevo para que se volviera a requerir el auxilio de los almorávides. Al-Mu‘tamid en persona se dirigió a Marrakech para pedir a Yûsuf que acudiera en ayuda de los musulmanes en Andalucía. El sultán almorávide cruzó por segunda vez el Estrecho en primavera del 1088 y comenzó el asedio de Aledo. Constató que la situación en Andalucía era irresoluble debido al egoísmo y avidez de sus príncipes. Estimulado por el sentimiento popular y los consejos de los alfaquíes, decidió reunificar al-Ándalus bajo su autoridad. En poco tiempo, consiguió decisivas y fáciles victorias en Tarifa, Córdoba, Carmona y Sevilla, que permitieron acabar con los reinos de taifas. Al-Mu‘tamid, hecho prisionero con sus mujeres e hijos, fue enviado primero a Tánger, después a Meknés y, por último, a Agmât, no lejos de Marrakech, donde llevó una existencia miserable durante varios años hasta que murió a la edad de cincuenta y cinco años, en el 1095. Con él acabó de la dinastía ‘abbâdí, que puede ser considerada, a pesar de las circunstancias de la época, como la más brillante del periodo de taifas y bajo la que las artes y las letras brillaron con un esplendor incluso superior a la de la Andalucía del siglo XI.

lunes, 27 de enero de 2014

Segundos y tercer periodo de reinos de taifas.

El segundo período taifas (o taifas post almorávides) es un período en la historia de Al-Andalus situado entre la dominación Almorávide y Almohade.

En 1085, tras la conquista de Toledo, las taifas de Sevilla1 2 y Badajoz, hicieron un llamamiento a los almorávides. Viendo en peligro su propia subsistencia y presionados por las distintas parias que eran obligadas a pagar a los reinos cristianos que a su vez tenían que revertir sobre su propia población. Si sumamos la presión fiscal sobre su población, la poca eficiencia militar, bandidaje y la corrupción de los funcionarios hizo que los almorávides se convencieran para ayudarles
Tras atravesar el estrecho y asentarse en Algeciras, los almorávides derrotan a Alfonso VI en la batalla de Sagrajas de 1086, y en los años siguientes acaban con el resto de las taifas.

Inicio de las segundas taifas.

Los primeros indicios del malestar andalusí contra los almorávides, se produjeron en Córdoba en 1121, cuando la población se rebeló contra los almorávides, solo la intervención de los alfaquíes pudieron evitar un baño de sangre, otras rebeliones se produjeron en distintas ciudades, a partir de 1140 el poder almorávide empieza a decaer en el norte de África por la presión almohade, a la península llegan esas noticias.
En 1144 un sufí, Ibn Qasi empieza un movimiento antialmorávide y empiezan a resurgir las segundas taifas.

Fin de las segundas taifas.

En 1147, un ejército comandado por líder almohade Abd Al-Mumin llegó a España y conquistó una gran parte del sur de España, incluidas las ciudades de Cádiz, Málaga y Sevilla. En 1172, su hijo Abu Yaqub Yusuf completó la conquista de Al-Ándalus con la toma de la taifa de Murcia y poner fin a la última taifa de este período en la península, todavía quedara la taifa de Mallorca, que finalmente caerá en 1203.

Relación de las segundas taifas.

taifa de Almería, de 1145 a 1147, conquistado por León en 1147, y por los Almohades en 1157
taifa de Arcos, de 1143 a 1145, conquistado por los Almohades.
taifa de Badajoz, de 1145 a 1150, conquistado por los Almohades.
taifa de Mallorca, de 1146 a 1203, conquistado por los Almohades.
taifa de Béja y Evora, de 1140 a 1150, conquistado por los Almohades.
taifa de Carmona
taifa de Córdoba, de 1144 a 1148, conquistado por los Almohades.
taifa de Granada, en 1145, conquistado por los Almohades.
taifa de Guadix y de Baza, de 1145 a 1151, conquistado por la taifa de Murcia y después por los Almohades
taifa de Jaén, en 1145, reconquistado por los Almorávides, después por los Almohades en 1145.
taifa de Málaga, de 1145 a 1153, conquistado por los Almohades.
taifa de Mértola, de 1144 a 1145, conquistada por la taifa de Badajoz de 1145 a 1146, independiente de 1146 a 1151, y conquistado por los Almohades.
taifa de Murcia, de 1145 a 1172, conquistado por los Almohades.
taifa de Niebla, de 1145 a 1150, conquistado por los Almohades.
taifa de Jerez y de Ronda, en 1145, después conquistado por los Almorávides
taifa de Santarem, en torno a 1147.
taifa de Segura, en torno a 1147.
taifa de Silves, de 1145 a 1150, conquistado por los Almohades.
taifa de Tejada, de 1145 a 1150, conquistado por los Almohades.
taifa de Valencia, 1145 a 1147, conquistado después por la taifa de Murcia

El tercer período taifas (o taifas post almohades) es un período en la historia de Al-Andalus situado entre la dominación almohade, y el establecimiento del Reino nazarí de Granada.
Tras el fin del período almohade, marcado por la batalla de las Navas de Tolosa (1212), hubo un corto período denominado terceros reinos de Taifas, que terminó en la primera mitad del siglo XIII con las conquistas cristianas en el Levante de Jaime I de Aragón (Valencia, 1238) y en Castilla de Fernando III el Santo (Córdoba, 1236 y Sevilla, 1248) y perduró en Granada con la fundación del reino nazarí, que no capituló hasta el 2 de enero de 1492, fecha que puso fin a la Reconquista.

Relación de las terceras taifas

Siendo los más importantes las taifas de Murcia y Valencia y sobre todo la taifa de Arjona que más adelante será el Reino de Granada.
taifa de Arjona convirtiéndose en el Reino nazarí de Granada.
taifa de Alcira, Denia y Jativa, de 1224 a 1227, reconquistado por los Almohades.
taifa de Baeza, de 1224 a 1226, conquistado por Castilla.
taifa de Ceuta, de 1233 a 1236, conquistado por la Taifa de Murcia.
taifa de Lorca, de 1240 a 1265, conquistado por Castilla.
taifa de Málaga de 1229 a 1238, paso a formar parte del Reino nazarí de Granada.
taifa de Menorca, de 1228 a 1287, conquistado por Aragón.
taifa de Murcia, de 1228 a 1266, conquistado por Castilla.
taifa de Niebla, de 1234 a 1262, conquistado por Castilla.
taifa de Orihuela, de 1239 a 1250, repartida entre la taifa de Murcia y Castilla.
taifa de Valencia, de 1228 a 1238, conquistado por Aragón.

miércoles, 22 de enero de 2014

Taifa. Primeros reinos de taifas.

Las taifas(en árabe: طائفة ṭā'ifa, plural طوائف ṭawā'if, palabra que significa "bando" o "facción") fueron un conjunto de pequeños estados (ملوك الطوائف) que fueron apareciendo entre la desintegración del califato de Córdoba a partir de la fitna o guerra civil que estalló en 1009 tras la muerte del último caudillo amirí Abd al-Malik al-Muzaffar y el derrocamiento del último califa omeya Hisham III, con la consiguiente abolición formal del califato en 1031.  Posteriormente, tras el debilitamiento de los almorávides y los almohades, surgieron los llamados segundos (1144 y 1170) y terceros reinos de taifas (siglo XIII). El origen de todas las dinastías de las taifas era extranjero, salvo los Banu Qasi y los Banu Harun, que era muladí.

Orígenes de las primeras taifas.


Desde que el califa Hisham II es obligado a abdicar en 1009 hasta el año de la abolición formal del califato en 1031 se suceden en el trono de Córdoba nueve califas, de las dinastías omeya y hamudí, en un escenario político caótico que dio paso a la independencia paulatina de las taifas de Almería, Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza. Cuando el último califa Hisham III es depuesto y proclamada en Córdoba una república, todas las coras (provincias) de Al-Ándalus que aún no se habían segregado se autoproclaman independientes, regidas por clanes árabes, bereberes o eslavos.
En el trasfondo se hallaban problemas muy profundos. Por una parte, las luchas por el trono califal no hacían sino reproducir las luchas internas que siempre habían asolado el emirato y el califato por causas raciales: árabes, bereberes arabizados y nuevos, muladíes o eslavos, que estaban constituidos inicialmente por esclavos libres de origen centroeuropeo o del norte peninsular y conseguido puestos importantes en la administración. También influían la mayor o menor presencia de población mozárabe, el afán de autonomía de las áreas con mayores recursos económicos y la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos.
Inicialmente se constituyeron más de veinte pequeños estados o taifas autónomas dirigidos por caudillos locales procedentes de una familia que se perpetuó a lo largo del siglo XI en una dinastía reinante. Así ocupan el poder clanes de la antigua aristocracia árabe en Valencia (amiríes (descendientes de Almanzor) y Zaragoza (tuyibíes y hudíes). En la zona occidental se hicieron con el poder tribus bereberes muy arabizadas, que formaban parte de la población andalusí desde la conquista de Tariq a comienzos del siglo VIII: los aftasíes en Badajoz, birzalíes en Carmona, ziríes en Granada, hamudíes en Algeciras y Málaga y abadíes en Sevilla. Con el paso de los años, las taifas de Sevilla (que había conquistado todas las pequeñas taifas de la Andalucía occidental y Murcia en la parte de la oriental), Badajoz, Toledo y Zaragoza, constituirían las potencias islámicas peninsulares.
En general, las taifas más poderosas fueron absorbiendo con el tiempo a las más pequeñas. Así, la taifa de Sevilla, conquistó y anexionó a las más pequeñas de Arcos, Algarve, Algeciras, Morón, Ronda, Carmona, Huelva, Mértola, Niebla y Silves, estas últimas, situadas al sur del actual Portugal, ambicionadas también por la taifa de Badajoz. Por otro lado, en la antigua Marca Superior del califato, los hudíes de Zaragoza reunieron un conglomerado que en ocasiones se segregaron como taifas independientes, formado por Tudela, Calatayud, Huesca, Lérida o Tortosa, llegando hacia 1080 a ocupar el territorio peninsular de la poderosa taifa de Denia (que consiguió conquistar las Baleares y Cerdeña y reunió una flota de guerra de ciento veinte naves) y hacer vasalla a la rica pero desprotegida Taifa de Valencia. Sin embargo, en esta zona, y gracias a su hábil manejo de la diplomacia, lograron sobrevivir dinastías independientes en la taifa de Albarracín y la taifa de Alpuente.
Durante el apogeo de los reinos de taifas del siglo XI sus reyezuelos intentaron reproducir las estructuras del califato omeya a una escala menor. Para ello compitieron entre sí no solo militarmente sino también procuraron mostrar su esplendor intelectual. Para ello, trataron de rodearse de los más prestigiosos poetas, científicos y artistas. Paradójicamente, el periodo de taifas fue a su vez el del máximo apogeo de la cultura andalusí, y en este siglo sus creaciones intelectuales adoptan caracteres propios e independientes del islam oriental. Nace en este siglo una filosofía en Al-Ándalus con una particular idiosincrasia, progresan las matemáticas y la astronomía, florece la poesía y la arquitectura desarrolla un estilo manierista que influirá posteriormente en el arte magrebí de almorávides y almohades.
Sin embargo, la disgregación del califato en múltiples taifas, que podían subdividirse o concentrarse con el paso del tiempo, hizo evidente que sólo un poder político centralizado y unificado podía resistir el avance de los reinos cristianos del norte. Al carecer de las tropas necesarias, las taifas contrataban mercenarios para luchar contra sus vecinos o para oponerse a los reinos cristianos del norte. Incluso guerreros cristianos, como el propio Cid Campeador, sirvieron a reyes musulmanes, luchando incluso contra otros reyes cristianos. Sin embargo, esto no fue suficiente y los reinos cristianos aprovecharían la división musulmana y la debilidad de cada taifa individual para someterlas. Al principio el sometimiento era únicamente económico, forzando a las taifas a pagar un tributo anual, las parias, a los monarcas cristianos.
No obstante, la conquista de Toledo en 1085 por parte de Alfonso VI de León y Castilla hizo palpable que la amenaza cristiana podía acabar con los reinos musulmanes de la península. Ante tal amenaza, los reyes de las taifas pidieron ayuda al sultán almorávide del norte de África, Yusuf ibn Tasufin, quien pasó el estrecho de Gibraltar estableciéndose en Algeciras y no sólo derrotó al rey leonés en la batalla de Zalaca (1086), sino que conquistó progresivamente todas las taifas.

Etapas

En la evolución de los primeros reinos de taifas se pueden distinguir tres periodos:
De 1009 a 1031. Las distintas facciones (linajes o ta'i-fah, plural de clan —tawa'if—) se hacen con el poder progresivamente en sus gobiernos locales, al tiempo que apoyan a los efímeros pretendientes a califa manejándoles según sus intereses y como aval de prestigio del poder al que aspiran. En este periodo se consolidan unos treinta poderes locales, al frente de los cuales, los caudillos regionales usan títulos honoríficos (laqb) usados por los califas y el chambelán Almanzor (como Al-Mansur o Al-Mundir), pero sin proclamarse estos reyezuelos califas personalmente. Las intrigas por la cabeza del califato se desarrollaban fundamentalmente en Córdoba, pero desde la capital se perdió todo control sobre el resto de las coras andalusíes, que aprovecharon los incipientes reyezuelos taifales para gobernar con independencia, acuñando moneda y creando una administración independiente.
De 1031 a 1045. Con la desaparición formal de la figura del califa, los reyes taifas procuran imitar los modos califales a escala local, construyendo palacios regios, nombrando visires, rodeándose de una corte monárquica y procurando atraer intelectuales y poetas que canten sus glorias, valiéndose del cultivo del género literario del panegírico, tan importante para la cultura islámica. La lucha por la supervivencia de los pequeños reinos y por la expansión de los más pujantes, generan importantes gastos en recursos militares, que consistían fundamentalmente en tropas mercenarias. Esto, unido a las parias o impuestos pagados a los más guerreros ejércitos cristianos, bien para aliarse con ellos contra otro enemigo, bien para comprar la paz, fue debilitando la pujanza del Al-Ándalus. Las taifas mayores dominan a las satélites, y se consolidan como potencias las taifas de Badajoz, Toledo, Zaragoza y Sevilla. En el Mediterráneo destaca la taifa de Denia-taifa de Baleares, que armó una importante flota bélica.
De 1045 a 1090. Las guerras interinas, las importantes parias pagadas a los reyes cristianos y la pujanza de estos decantó la balanza definitivamente en favor de los reinos de León, Castilla y Pamplona. Así, en 1085, Alfonso VI consigue fracturar el centro neurálgico de la cultura musulmana, tomando la Taifa de Toledo y estrangulando la vía medular de comunicación andalusí, que iba de Tortosa a Sevilla, pasando por Zaragoza y Toledo. Valencia, rica y deseada, no consigue consolidar una dinastía fuerte, y su debilidad le llevó a subordinarse a los reyes de Toledo, de Zaragoza, e incluso al rey Alfonso VI de Castilla, y, finalmente, a ser conquistada por El Cid en 1092. En 1085 los reyes taifas de Badajoz y Sevilla solicitan socorro a los almorávides que, aunque acude en defensa del islam, acabará con el poder de los reyes taifas hispanomusulmanes, pasando Al-Ándalus a constituir una provincia periférica de este imperio magrebí.

Relación de taifas del primer período


Taifa de Albarracín: 1011-1104 (almorávides)
Taifa de Algeciras: 1013-1026 (Málaga) 1035-58 (Sevilla)
Taifa de Almería: 1011-91 (almorávides)
Taifa de Alpuente: 1009-1106 (almorávides)
Taifa de Arcos de la Frontera: 1011-1068 (Sevilla)
Taifa de Badajoz: 1009-1094 (almorávides)
Taifa de Baleares o Taifa de Mallorca: 1076-1116 (almorávides)
Taifa de Ceuta: (Málaga) 1061-1084 (almorávides)
Taifa de Calatayud: 1046-1055 (Zaragoza)
Taifa de Carmona: 1013-1067 (Sevilla)
Taifa de Córdoba (repúblicas): 1031-1070 (Sevilla)
Taifa de Denia: 1010/12-1076 (Zaragoza)
Taifa de Granada (Garnata): 1013-1090 (almorávides)
Taifa de Huelva: 1012/13-1051/53 (Sevilla)
Taifa de Lisboa: 1022-? (Badajoz)
Taifa de Lorca: 1051-1091 (almorávides)
Taifa de Málaga: 1026-1057/58 (Granada); 1073-90 (almorávides)
Taifa de Mértola: 1033-1091 (almorávides)
Taifa de Molina: 1075 (Valencia)
Taifa de Morón: 1013-1066 (Sevilla)
Taifa de Murcia: 1011/12-1065 (Valencia)
Taifa de Murviedro y Sagunto: 1086-1092 (almorávides)
Taifa de Niebla: 1023/24-1053 (Sevilla)
Taifa de Ronda: 1039/40-1065 (Sevilla)
Taifa de Santa María del Algarve: 1018-1051 (Sevilla)
Taifa de Segorbe
Taifa de Sevilla: 1023-1091 (almorávides)
Taifa de Silves: 1040-1063 (Sevilla)
Taifa de Toledo: 1010/31-1085 (castellanos)
Taifa de Tortosa: 1039-1060 (Zaragoza);1081/82-92 (Denia)
Taifa de Valencia: 1010/11-1094 (Taifa de Toledo)
Taifa de Zaragoza: 1017/1118 (almorávides)

viernes, 17 de enero de 2014

Ibn Zaydun y Al-Ramadi

Yūsuf ibn Hārūn ar-Ramādī o Al-Ramadi (917-1012) fue un poeta hispanoárabe, panegirista de Almanzor y uno de los primeros autores de moaxajas, tras Muqadam de Cabra e Ibn Abd Rabbihi.
Vivió durante el califato de Alhakén II y en 972, antes de los disturbios originados por la fitna o guerra civil, Ar-Ramadi se había asentado en el la Marca Superior de Zaragoza gobernada por Yahya ibn Muhammad ibn Hasim al Tuyibí, del linaje árabe de los tuyibíes, donde difundió las modas líricas cordobesas. Fue conocido como panegirista de Almanzor y también de su rival, el chambelán (juğğāb) Al-Muṣḥafī. Se le atribuye una vida bohemia, pues a imitación de Abū Nuwās, se complacía en visitar tabernas e incluso conventos.
De familia humilde, aunque perteneciente a la tribu de Kindah, donde florecieron grandes poetas clásicos como Imrū-l-Qays o Al-Mutanabbī, fue muy célebre en el Al-Ándalus del Califato. Enraizado en la tradición de poesía árabe oriental, sus panegíricos dedicados a los tuyibíes de Saraqusta introducían un marco espacial hispano alejado de los estériles desiertos de la poesía beduina. Fue el primer poeta, según transmite Ibn Bassām, en adoptar algunas novedades en la poesía en dialectos andalusíes, como la rima interna en la jarcha de sus moaxajas. También cultivó la poesía modernista al estilo de Abū Nuwās, en poemas que conjugaban el género erótico (ġazal), el floral (waṣf) y el báquico (jamriyyāt). Ejemplo de su sensibilidad en la poesía descriptiva son estos versos que describen un jardín:

El mirto, la azucena, el jarmín lozano y el alhelí tienen gran mérito y con él se enseñorea el jardín.
Pero el mérito de la rosa es aún mayor.
¿Acaso es el mirto otra cosa que aroma que se extingue arrojado al fuego?
La rosa, aun marchita, deja en el agua perfume que perdura tras de ella.
El mal de la azucena es muy común: tras un instante baja a la tumba.
El jazmín es humilde en sus orígenes, pero su aroma es solemne y orgulloso.
El carácter del alhelí está trastornado, es como un ladrón, se despierta tras la oración de la noche.
La rosa es la señora de los jardines, aunque es sierva de la rosa de las mejillas.

Se supone, gracias a las crónicas de la época, que intervino en una conjura de intelectuales contra Al Mansur, y que descubierta y abortada por éste, Al Ramadi fue condenado a que nadie le dirigiese la palabra bajo pena de grandes castigos, por lo que vagaba como un muerto por las calles de Córdoba. Aunque no se sabe bajo qué circunstancias fue perdonando, ya que un tiempo después figuró en el séquito de poetas que acompañaron a Al Mansur en su expedición a Barcelona en el año 986.
Ibn Hazm narró una bellísima historia de amor. Paseando Al Ramadi por la puerta de los Drogueros en Córdoba, lugar de reunión de mujeres, sus ojos se dirigieron hacia una joven enamorándose inmediatamente de ella. La siguió hasta el río, y como ella notase que la asediaba se volvió y preguntó a nuestro poeta el por qué de su actitud, a lo que éste le hablo de su amor; la joven le rechazó dignamente y el poeta le pidió un favor: “Déjame que te mire”, a lo que accedió la joven, diciéndole además que era esclava y de nombre Halúa (Dulzura), pero no consiguió que le dijese el nombre de su amo, quedando citados en el mismo lugar todos los días. Fue la última vez que el poeta vio a su amada. A partir de entonces, se pasaba el día deambulando entre la Puerta de los Drogueros y el Cementerio de los Banú Marwan, en las proximidades del río Guadalquivir. Pero en ninguna parte se pueden encontrar noticias de la mujer que desde entonces inspiraría todos sus versos.
Murió probablemente en el año 1022 aunque otras fuentes citan el 1013.


ABU AL WALID AHMAD IBN ABADIA, también conocido por IBN ZAYDUN, nació en Córdoba en 1003.
Fue ministro de varios príncipes, entre ellos Al Mutadmid. Estuvo aposentado en Sevilla y cantó a su Córdoba natal; su poesía es humana, pero sobre todo fue el poeta del amor: célebres fueron sus relaciones con la princesa Wallada, rivalizando con Ibn Abdus, ministro en Córdoba. Ibn Zaydun compuso contra éste poemas amenazantes y lo ridiculizó, valiéndole ello la prisión y el exilio. Durante su cautividad y su alejamiento envió a su bien amada y a sus amigos excelentes poemas. 
Apenas se conocen datos sobre su vida hasta que conoció a la atractiva princesa y poetisa Wallada, encuentro trascendental, pues de él arranca la revitalización de la poesía amorosa árabe, que adquiere un tono un tono personal inusitado hasta su obra. Hasta entonces el tratamiento del amor en la poesía árabe estaba determinado por la reelaboración de tópicos basados en una reflexión sobre el aspecto espiritual de la relación amorosa que evitaba tratar el amor carnal, y que es conocido como "amor udrí". Tras su obra, se reúnen los conceptos del amor platónico con la descripción de experiencias físicas de un modo natural. 
Recorrió distintas cortes (Sevilla, Badajoz, Valencia), para instalarse por último en 1049 en la corte de Al Mutadid como secretario, cargo que desempeñará hasta su muerte ya con Al Mutamid como rey. En este periodo escribirá poesía áulica al servicio de sus nuevos protectores, los abbadíes sevillanos, renovando el panegírico, sobre todo en los destinados al joven príncipe y poeta, Al Mutamid, por quien sentía un cariñoso afecto y respeto a su calidad como lírico. 
Falleció en Sevilla en 1070
La poesía de Ibn Zaydun, de lenguaje sencillo en general, es fácil de entender. Su verso se desliza con un ritmo suave y musical y sus metáforas no suelen ser demasiado fuertes. Posee una fuerza superior a la de la magia, y su sublimidad compite con la sublimidad de las estrellas. Sus versos son inspirados en gran parte por su amor a Wallada. Entre las recientes ruinas de la grandeza omeya, en los devastados mágicos jardines de Al Zahra, aumenta su constante amor a Wallada, y pone por testigos de su dolor a los astros que iluminan sus noches de insomnio. 

Además de sus composiciones en verso- Ibn Zaydun es autor de algunos opúsculos en prosa, entre los que destaca la llamada Risála hazliyya, de tono burlesco, que es precisamente la obra en que el poeta desfoga su ira poniendo en boca de Wallada una sátira contra Ibn Abdus, con lengua hiriente y voces muy subidas. De otro carácter es la Risála yiddiyya, de tono grave, dirigida en los momentos de su desgracia al señor de Córdoba buscando la reconciliación. Se trata de una epístola densa llena de citas eruditas. 
Entre las producciones de Ibn Zaydun no escasean los poemas eróticos - aparte de los inspirados por la imagen de Walada- pero también cultiva ampliamente otros géneros. Así, compone panegíricos a los altos señores que conoció a lo largo de su vida, a veces con hipérboles desmesuradas o comparaciones manidas, como era frecuente; también compuso elegías, en las que se mezclan notas emotivas con ideas comunes, sátiras violentas contra sus enemigos. Engarza, incluso, alguna moaxaja y se complacerá versificando intrincados acertijos simbólicos con nombres de pájaros. En poemas de autoelogio, alardeará de su exquisito refinamiento, de su gran cultura que le ha elevado a un alto rango, de su inteligencia penetrante como el hierro de una lanza. Y en su arrogancia, y sin duda con razón, proclamará que el amor iguala al amante con la amada, aunque no posean la misma nobleza. 
Ibn Zaydun es, entre los poetas andalusies, el que mejor expresa los matices humanos del amor y representa uno de los ejemplos más puros de la tradición clasicista de la poesía en árabe. Su encuentro con la princesa Wallada tuvo gran transcendencia para la poesía de Al Andalus, puesto que dio lugar a unos poemas amorosos en un tono casi completamente nuevo en la poesía árabe de su tiempo. La novedad reside en la fusión de conceptos, personal y única, presente en sus poemas. En la poesía amorosa, y en los tratados sobre el amor escritos hasta entonces, el amor es siempre una cualidad del espíritu, y nunca del cuerpo; por tanto, la unión a que se aspira es algo enteramente espiritual. De hecho, en buena parte de la poesía de inspiración se rechaza la unión física, que se considera responsable del hastío de los amantes y de la corrupción del sentimiento amoroso. 
Por esta razón, la poesía amorosa de Ibn Zaydun, escrita en su mayor parte tras la ruptura con la princesa Walada, tiene como notas predominantes el abandono y la soledad. Es una poesía en la que también se advierte el doble carácter de universalidad y del momento histórico concreto. La soledad, así concebida, se expresa como una privación del bien pasado y toma, con frecuencia, un aspecto temporal que divide la existencia del amante en un antes amoroso y un después de soledad. 
"Mis días, tan hermosos cuando estábamos juntos,
han cambiado desde que se alejó tu bello rostro"
La descripción de la naturaleza es, en Ibn Zaydun, un tema recurrente en las composiciones que podríamos llamar de su tiempo de exilio. Sin embargo, no es el suyo un espíritu inclinado a observar y reproducir la belleza que le rodea. Como un místico, capaz tan sólo de ver la divina realidad en todos y cada uno de los objetos en torno a él, también Ibn Zaydun es capaz solamente de percibir su ambiente en función de su relación amorosa. 
En conclusión Ibn Zaydun es la representación del amor en la poesía andalusí.

jueves, 16 de enero de 2014

Las Razones del derrumbamiento. Los reinos de taifas.

   En la España musulmana se habla de "particularismo" local y racial; de las dificultades de una geografía montañosa que aislaba y favorecía que cada región tendiese a ser una unidad independiente. Los gobernantes locales ejercían el poder efectivo y sólo en las épocas en que el poder central fue realmente fuerte, se pudo mantener a raya a los gobernadores locales que, como se ha visto, estaban casi perennemente sublevados. También la variedad de razas fomentó los problemas, en especial, a partir del siglo X. En este siglo llegaron, en gran número, esclavos del norte y este de Europa, eran los llamados eslavos, comprados, la mayor parte, como soldados pero que alcanzaron grandes cotas de poder y de influencia. Además, Almanzor, para afianzar su ascenso al poder, trajo de África a contingentes beréberes, que tenían poco que ver con los asentados, desde hacía muchos años, en territorio hispano.
   Hay quien apunta que el carácter de las gentes musulmanas españolas había cambiado. Abd al-Rahman III había aumentado mucho la riqueza de al-Andalus en general, y es posible que la mayor parte de la población hubiese adoptado un sentido de la vida hedonista, materialista, alejado de la idea del sacrificio que suponía mantener la unidad, y alejado del espíritu combativo y guerrero que les permitió hacerse con toda la Península.
   Estos y tal vez otros muchos factores pudieron ser la causa del desmembramiento del califato, de la unidad de al-Andalus, pero lo cierto es que, a partir de1031, perdido el control de la situación por el gobierno central, los jefes locales y otros dirigentes, se vieron, casi en la obligacion de hacerse cargo del poder. En las Marcas la desintegración fue menor, puesto que sus jefes militares tenían un considerable poder. Las Tres Marcas: inferior, media y superior, se mantuvieron como unidades políticas, y sus respectivas capitales continuaron siendo, Badajoz, Toledo y Zaragoza. Pero en el resto de al-Andalus, la situación era totalmente distinta. En la primera mitad del siglo XI se crearon treinta pequeñas unidades políticas independientes, algunas de las cuales lo fueron por poco tiempo. Habían nacido los reinos de taifas, que vivieron sumidos en las intrigas, interiores y exteriores, así como en luchas entre ellos por alcanzar cierta hegemonía, cuando no se enzarzaban entre los miembros de la propia familia gobernante, donde nadie se fiaba de nadie y donde le poder seguía siendo un bien codiciado.
   La palabra árabe TAIFA, designa la facción, la bandería o el grupo. En este caso estas "banderías" eran los tres grandes grupos étnicos: los beréberes, los eslavos y los andalusíes. En estos últimos se englobaban todos los musulmanes, fuesen árabes o conversos muladíes españoles. En cada región, una de estas taifas solía ser la predominante, y atendía más a su provecho personal que al interés del pueblo gobernado, con lo que la falta de unidad afectaba, también, a estos reinos.
   Los beréberes controlaban la costa desde el Guadalquivir hasta Granada. Los hummudíes, que habían gobernado en Córdoba, antes de la caída del califato, fue su dinastía más importante. Reinó sobre Málaga y Algeciras hasta mediados de siglo. La dinastía Ziri en Granada, se hizo con Málaga y la incorporó a sus dominios. Las pequeñas ciudades comprendidas entre Algeciras y el Guadalquivir quedaron sometidas a Sevilla, así como la propia Algeciras. Los eslavos no crearon dinastías, pero se dirigieron hacia el este, llegando a conquistar el poder en ciudades tales como Almería, Valencia y Tortosa.
   Córdoba, tras la abolición del califato, fue gobernada, sucesivamente por Abu-l-Hazm ben Chahwar, su hijo y su nieto, hasta que pasó a depender de Sevilla, tras un breve periodo en el que perteneció a Toledo.
   La desintegración de al-Andalus ofreció a los cristianos del Norte, la gran oportunidad que estaban esperando. De vasallos y tributarios pasaron a ser ellos los que impusieron sus condiciones. Casi todos los reinos de taifas tuvieron que tributar a los reyes cristianos, empezando por las Marcas. Alfonso VI de León y Castilla, logrará imponer un tributo, bastante considerable, a la más fuerte de las taifas, Sevilla, y a la más débil de las Marcas, Toledo, se rindió ante Alfonso en 1085. Fue un hito muy importante en la historia de la Reconquista y la revoltosa ciudad y no volvió a manos musulmanas.
   A lo largo del siglo XI comenzó a hacerse cada vez más claro que los dominios rurales de la aristocracia cristiana eran capaces de proveer de mejores guerreros que los ejércitos que podían pagar las abundantes rentas y tributos que controlaba la aristocracia urbana andalusí. Un poeta que narraba un desastre militar sufrido en las inmediaciones de Valencia ponía el dedo en la llaga al señalar que los cristianos " se habían puesto las cotas de malla de hierro, mientras que vosotros vestíais túnicas de seda cada cual más bella ".
Conscientes de su carencia militar, los reyes de taifas recurrieron a un expediente eficaz: compraron con dinero la paz con los señores del norte. Las cifras de estos pagos - conocidas como parias- hablan por sí solas: hasta mil o dos mil monedas de oro ( dinares ) mensuales eran pagadas por algunos reyes no sólo para evitar las expediciones de saqueo, sino también para contar con la protección de los ejércitos cristianos contra los mil y un enemigos que acechaban a cada monarca. Este hecho pronto se convirtió en piedra de escándalo. Algunos devotos alfaquíes musulmanes - los doctores de la ley - acusaban a los reyes de taifas de amasar riquezas en beneficio propio y de sus amigos infieles imponiendo a la población tributos ilegales, contrarios a la ley islámica. En tiempos de la dinastía de los Omeyas, todo el mundo sabía por qué gobernaban los califas: eran los representantes de Dios sobre la tierra, pertenecían a la estirpe de Quraysh - la misma que había alumbrado al Profeta - y estaban encargados de hacer respetar un legado y una tradición que constituían la esencia del credo religioso de la comunidad musulmana...pero llegado a este punto el pueblo se preguntaba en qué calidad gobernaban los reyes de taifas.

domingo, 12 de enero de 2014

Los granjeros... a los que se les daban bien los números. Cuento del Mulá Nasruddin


De entre todos los pueblos que el Mula Nasrudin visitó en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números. Nasrudin encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Cada mañana, alguien de cada familia del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías y se iban a un riachuelo que estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las llevaban de vuelta al pueblo, lo que les llevaba otra hora más.

"¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?", preguntó Nasrudin al granjero de la casa en la que se alojaba. "¡Por supuesto que sería mucho mejor!", dijo el granjero. "El agua me cuesta cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que lleva el burro. Eso hace al año mil cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como las horas del chico. Pero si el burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo, yo podría, por ejemplo, plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete calabazas más cada año."

"Veo que lo tienes todo bien calculado", dijo Nasrudin admirado. "¿Por qué, entonces, no construyes un canal para traer el agua al río?" "¡Eso no es tan simple!", dijo el granjero. "En el camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico a construir un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos horas al día. Al menos me quedan otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por el agua."

"Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en el pueblo."

"Claro que sí", dijo el granjero. "Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez horas al día, estaría acabado un año."

"Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis el canal?

"Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, tengo que invitarle a mi casa, ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia, sus hijos, sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y él tiene que preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con tranquilidad al tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día entero. Como somos cien familias en el pueblo, tendría que hablar con noventa y nueve cabezas de familia. Estarás de acuerdo conmigo que yo no puedo estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi granja se vendría abajo. Lo máximo que podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por semana. Como un año tiene sólo cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos años hablar con mis vecinos. Conociendo a mis vecinos como les conozco, te aseguro que todos estarían de acuerdo con hacer llegar el agua al pueblo, porque todos ellos son buenos con los números. Y como les conozco, te digo, que cada uno prometería participar si los otros participasen también. Entonces, después de dos años, tendría que volver a empezar otra vez desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y diciéndoles que todos están dispuestos a participar."

"Vale", dijo Nasrudin, "pero entonces en cuatro años estarías preparados para comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría construido!"

"Hay otro problema", dijo el granjero. "Estarás de acuerdo conmigo que una vez que el canal esté construido, cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su parte de trabajo correspondiente."

"Lo entiendo", dijo Nasrudin . "Incluso si quisierais, no podríais vigilar todo el canal."

"Pues no", dijo el granjero. "Cualquier caradura que se hubiera librado de trabajar, se beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno."

"Tengo que admitir que tienes razón", dijo Nasrudin.

"Así que como a cada uno de nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico de alguien tendrá tos, otro la mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a buscar al médico.

Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escurrirnos el bulto. Y como cada uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben, ninguno mandará a su burro o a su chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se empezará."

"Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes", dijo Nasrudin. Se quedó pensativo por un momento, pero de repente exclamó: "Conozco un pueblo al otro lado de la montaña que tiene el mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace ya veinte años."

"Efectivamente", dijo el granjero, "pero a ellos no se les dan bien los números."